Frases de Francisco Tario - Página 2

01. Y pasó el hombre sigilosamente, con un poco de asco, mirando a diestra y siniestra, como una reina anciana que visita un hospital. Parecía un tanto avergonzado del espectáculo: de aquellos cajones grises, blancos o negros, que tanto asustan a los hombres, y de aquella luz amarilla y sucia que daba al local cierto aspecto de taberna.

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02. –Prosiga usted –indicó el eminente médico, sin dejar de balancear una pierna ni quitarle ojo a aquel hombre que tenía ante su mesa, y el cual deseaba informarse si, desde el punto de vista clínico, existía alguna probabilidad de salvarse de la horca, por el feo y sucio delito de haberse devorado impunemente a un rollizo niño de pecho.

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03. El doctor se puso en pie, blanco como un cadáver, y esbozó una deplorable sonrisa de hiena; pero no intentó resistirse. Incluso, sin soltar la estilográfica, ofreció sus manos al policía para que lo esposara adecuadamente. Tenía cierta expresión canina en los ojos y mostraba, ya sin ningún disimulo, sus dientes minuciosamente afilados.

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04. A la media noche continuaba aún la Vuelta a Francia (...) A la mañana siguiente, proseguía todavía la carrera. Y al mediodía. Y al caer la noche. Así durante largos meses, a través de incontables años, pues se cuenta hoy que, en ciertas noches de luna, al cabo de medio siglo de lo ocurrido, se ve aún cruzar el jardín solitario la sombra amarillo canario del esforzado ciclista.

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05. ¡Cuán crueles y vanos son los hombres! ¿Por qué nos asesinan? ¿Por qué nos comen? ¿Qué daño les he hecho yo, por ejemplo? ¿Qué grave trastorno o qué perjuicio irreparable les he ocasionado? Les he dado huevos frescos, cría; los he recreado con mi canto; les he anunciado el mal tiempo, el bueno -tal vez con mayor exactitud y armonía que los maestros cantores-, la presencia de un ladrón.

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06. Y otro mundo más noble, infinitamente más bello, salió a mi encuentro. Un mundo húmedo, susurrante y pleno. Un mundo de fosforescencias extrañas, de monstruos casi divinos, de sombras gráciles que se deslizan sin ningún ruido, de mujeres azules y hombres con escamas rojas, de copas cargadas de sal. Un mundo de floraciones perpetuas; de miradas inalterables; de paz y regocijo continuos.

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07. Nunca jamás una carta a nadie, un mensaje, un retrato, ni la más leve esperanza. Siempre, a través de los años, el mismo silencio, la misma espera sin fin. Tan sólo aquel airoso caballo negro y aquella alegre yegua blanca que, al caer la tarde, solían mirar el castillo desde un promontorio, para enseguida escapar muy junto galopando como alma que lleva el diablo y sacudiendo sin cesar las crines.

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08. No sentí la menor inquietud o temor, el más leve remordimiento. ¡Era tan pueril todo aquello! ¡Es tan pueril realmente la vida de los hombres! (...) Y me hundí. Me hundí cruelmente con un mundo a cuestas: con el hombre que limpiaba sus gafas; con la compota de cerezas; con el acordeón de los marineros; con el uniforme del capitán; con las gemas y los metales de las señoras; con mil botellas de champagne sin descorchar.

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09. Conozco palacios de mármol en los cuales a ti no te habrían franqueado la entrada (...) Increíbles salas, rosadas, azules y verdes, con los muros tapizados de seda, y en cuyos interiores danzan aristócratas, poetas y vírgenes (...) Monumentales terrazas de pórfido, con estatuas de náyades y efebos (...) Jardines de cipreses, álamos o mimosas, por entre cuyos troncos mi música se desliza maliciosamente (...) ¡Soy un tirano de todas las maravillas creadas!

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10. El cielo, también gris, muy bajo, se aclaraba en el horizonte, iluminando el Peñón. Los rayos, perfectamente visibles, aunque lejanos, hacían pensar en otra vida clara y fácil; en un espacio más amplio donde los hombres caminarían más libremente, sus voces resonarían transparentes, sin ningún estridor desagradable, y el agua se precipitaría desde alturas increíbles sobre campos tiernos y frescos. Pero era sólo una franja, una especie de jaula dorada en la inmensidad opaca y sucia: una ilusión.

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11. Preferentemente, como es lógico suponer, nuestras conversaciones versan sobre asuntos de nuestro propio mundillo: solapas, costuras, bolsillos (...) Los bolsillos son nuestros órganos capitales: el hígado, los pulmones, el corazón, el estómago. Las costuras, nuestras arterias. Nuestras solapas, el rostro. De ahí que cuando deseemos conocer la edad, salud o condición moral de un individuo, fijemos nuestra atención en éstas: las arrugas, la calvicie y el artritismo se reflejan inevitablemente en ellas. Y lo propio sucede con la herejía, la piedad, la avaricia y la mansedumbre.

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12. Ninguna contrición, ni ningún otro acto de su alma había sido tan noble, espontáneo y puro. Se redimía a sí misma, se absolvía ella sola y, al hacerlo, volvía a quedar sin mancha. Antonino estaba lejos de comprender, mas si en aquellos momentos le hubiera sido dado asomarse al alma de ella, habría retrocedido de estupor al comprobar qué especie de sentimientos se desarrollaban allí dentro. Jamás nadie había estado más cerca de nadie que Elvira de Antonino. Nadie, tampoco, había soñado lealtad semejante. Era el amor, como el amor es en contados, excepcionales momentos de la vida.

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Juan José Arreola Juan Rulfo

Francisco Tario

Francisco Tario
  • 2 de diciembre de 1911
  • Ciudad de México, México
  • 30 de diciembre de 1977
  • Madrid, España

Escritor, novelista y dramaturgo mexicano considerado uno de los grandes escritores mexicanos del siglo XX y autor de "Aquí abajo" (1943) y "La noche" (1943).

Sobre Francisco Tario

Francisco Tario nació en la Ciudad de México y fue en su juventud arquero de fútbol profesional y copropietario de una sala cinematográfica.

Debido a su carácter huraño y asocial y la rareza de sus escritos, permaneció en la sombra durante décadas, pero su brillante obra hizo que se lo revalorizara.

En 1943 publicó el libro "La noche", confeccionado de cuentos singulares, extravagantes, escalofriantes, surrealistas algunos y espeluznantes otros, que lo convirtieron en uno de los mejores libros de cuentos.

Además, escribió entre otros, los libros de cuentos "Tapioca Inn: mansión para fantasmas" (1952) y "Una violeta de más" (1968), las novelas "Aquí abajo" (1943) y "Jardín secreto" (1993) y la obra de teatro "El caballo asesinado" (1988).

La obra de Francisco Tario se caracteriza por su manera directa de elegir como objeto estético lo abyecto, la locura, lo marginal y por la forma en que trata lo absurdo de la condición humana.

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