01. Se recuerda más el primer beso que la primera relación sexual. Hay muchos misterios en torno al beso, se ha estudiado que incluso puedes transmitir información genética. Sí se sabe que es una forma de contacto que funciona o no, mucha gente sigue una relación o la descarta tras el primero. Tiene que ser sincero, pero físicamente no hay normas: básicamente es un intercambio para saber si te sientes a gusto con el otro y eso es muy personal.
02. Vivimos en un sueño fabricado a nuestra medida. En este sueño, uno sólo ve lo que le interesa ver. Es como vivir, pensar y sentir metido en un túnel, sin poder cambiar de dirección. Es bueno salirse del túnel de lo evidente, de las opiniones cerradas, las de uno mismo y las de los demás. ¡Hay que estar abierto a lo inhabitual, a lo inesperado! No perdamos la capacidad de sorprendernos y de descubrir una realidad compleja y apasionante.
03. Un regalo no tiene por qué ser un objeto, puede ser una buena experiencia que genere memorias agradables: una excursión, una visita a algún sitio que a ella o él le apetece, un viaje, una fiesta sorpresa, un recordatorio de alguna fecha especial...Regalar buenas experiencias es un excelente regalo, uno de los mejores, porque nos deja para siempre buenos recuerdos que nos harán más fuertes frente a los baches y dificultades que pueda traer el futuro.
04. La educación, a raíz de convertirse en universal y obligatoria, parecía posibilitar el acceso de todos a herramientas de conocimiento que pudiesen ayudar a cada cual a controlar, hasta un punto, sus vidas. Pero los cimientos de la educación creada para las sociedades de la revolución industrial estaban calcados sobre los modelos políticos y sociales imperantes: los criterios eran utilitarios, educar a la gente para que pudiesen trabajar y contribuir a la economía de mercado, y el modelo era autoritario y jerárquico: un maestro todopoderoso dictaba sus verdades a los niños.
05. Cuando somos adultos, nos amoldamos a una sociedad jerarquizada en la que dependemos de la opinión de los demás para poder sentirnos cómodos con nuestras decisiones y nuestros sentimientos. Necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos adecuados. Si seguimos las normas, recibiremos esta aprobación. Cualquiera que se salga del engranaje emocional y social se sentirá abandonado a su suerte, sin necesitar siquiera la desaprobación explícita de los demás. Simplemente, sentirá que ya no pertenece al grupo y asociará este sentimiento con la desaprobación, es decir, con la exclusión del grupo.
06. El antropólogo Dunbar dice que estamos limitados en las relaciones sociales por el tiempo y nuestra energía, así que el cerebro solo puede prestar la atención necesaria a unas 150 personas simultáneamente. El núcleo íntimo, familia y amigos, es de entre 5 a 12 personas y va descendiendo con el tiempo. Lo que no puedes pretender es que un contacto de las redes sociales reemplace a un amigo, pero puedes hacer nuevas conexiones a través de ellas. Su fin es conectarnos para intercambiar ideas e información más que afecto, aunque no hay que perder de vista el poder "adictivo" del intercambio de mini-afectos por la red. Mi consejo es un equilibrio y nada de descuidar el círculo íntimo.
07. Así, los demás se convierten poco a poco en fuente de seguridad para nosotros, porque dependemos de su aprobación para todo. No nos relacionamos como iguales, sino como dependientes. No hemos aprendido a relacionarnos de forma sutil, a través de los sentimientos, las afinidades, las necesidades afectivas espontáneas. Reconocemos al otro según los símbolos materiales que exhibe, las ideas que expresa, los periódicos que lee o el tipo de coche que conduce. Según el grupo al que queremos pertenecer, debemos asimilar determinados símbolos de pertenencia. Poco a poco, reemplazamos los vínculos genuinos entre seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea, por esos intercambios estructurados que nos ofrecen la seguridad de pertenencia a un grupo humano, a cambio de la aceptación de determinadas normas.
08. Sea cual sea el temperamento de las personas que nos rodean podemos estar seguros de que su necesidad emocional básica es el amor. Si tenemos hijos, esa necesidad es aún más perentoria, porque ellos necesitan la expresión constante y concreta de nuestro amor. Tal vez sea tentador atender en primer lugar otras necesidades, como las necesidades físicas: son más sencillas de reconocer y más fáciles de solucionar. Pero no tienen ni mucho menos el mismo potencial para transformar la vida de quienes nos rodean. Pocos niños se sienten incondicionalmente amados. Sin embargo, la mayoría de los padres quieren a sus hijos sinceramente. La contradicción aparente estriba en el hecho de que los hijos no creen de forma automática que les amamos, aunque necesitan estar seguros de ello por encima de todo, porque nuestro amor les da la seguridad que necesitan para aprender a amarse a sí mismos, y más adelante, a los demás. Un niño amado, seguro del amor incondicional de sus padres, aprenderá a amar de manera incondicional.