01. Entonces la oigo. Al principio el sonido es muy flojo, aún no sé de dónde viene. Luego un poco más fuerte y entonces consigo localizarla. Una chica sentada con su guitarra sobre un bordillo de piedra, más abajo, junto a una especie de dique, las piernas colgando sobre el agua. Está sola, su voz es aguda y fina. Entona una canción en su lengua que resuena por toda la bahía y, cuando ya me he alejado un buen trecho, la sigo oyendo, una mujer cantándole al mar. Seguro que el dios también la ha oído, no puede ser de otra manera.
02. ¿Qué es lo que me hace sentir tan feliz aquí? Tal vez sea el silencio, es decir, la presencia exclusiva de personas y animales. En una esquina del mercado están aparcados todos los burros. Dentro de un par de años serán motocicletas, más tarde, automóviles. Pero ese momento todavía no ha llegado. Mi sensación de bienestar podría deberse también a la transparencia, es decir, a ver cómo se fabrican las cosas. Herreros, curtidores, panaderos, todos reunidos en el mercado, escritores y narradores de cuentos, mendigos y carniceros, el universo entero encima de un terrón, un mundo encerrado en sí mismo, autosuficiente, un mundo en orden, ésa es la impresión que produce.
03. El antes y el después. A los griegos no les gustaba mostrar las influencias que el tiempo tiene en los estados de ánimo y en los sentimientos. Sí, lo sabemos porque debemos saberlo. Naturalmente, seguimos siendo nosotros, no se nos ha concedido el liberarlos. Sucede demasiado y demasiado poco. En la Medea de Eurípides el coro puede decir que sabe lo que viene después. En Sófocles puede preguntar, implorar, pero no vaticinar nada. Nosotros, por nuestra parte, no urdimos nada, pero vemos la telaraña; ni siquiera la diferencia temporal llega a significar algo para nosotros. No nos importa estar fluyendo día y noche alrededor de la Tierra como una suerte de líquido, no dormimos nunca. Solo vemos.
04. El hombre blanco viaja por África consentido en su soledad y, por ser un consentido, su comportamiento es antisocial, de modo que no es capaz de ver más allá de sus narices. Los turistas, que acuden en hordas cada vez más numerosas a contemplar animales salvajes y máscaras que bailan por dinero, tampoco ven nada. Y, sin embargo..., y, sin embargo..., Lévi-Strauss lo ha formulado con más claridad: "los etnólogos existen para dar testimonio de que nuestro modo de vida no es el único posible, de que hay otros modos que han permitido a los seres humanos llevar una vida feliz. Los etnólogos nos invitan a moderar nuestra presunción, a respetar otros modos de vida. Las comunidades investigadas por los etnólogos contienen lecciones que vale la pena escuchar. Son comunidades que han sabido hallar un equilibrio entre el hombre y el medio natural, un equilibrio cuyo sentido y misterio hoy ignoramos".
05. Ver cosas que no alcanzas a comprender, signos que no sabes interpretar, una lengua que no entiendes, una religión cuya esencia ignoras, un paisaje que te rechaza, vidas que serías incapaz de compartir. Ahora experimento todas estas sensaciones como un placer. El shock que produce lo absolutamente desconocido es de una suave voluptuosidad. Si lo que quieres es integrarte en un nuevo mundo, hay mucho que debes dejar en casa. Tus máscaras ya no te sirven. Para un bereber de Goulimine, tú podrías ser tanto de Ohio como de cualquier otro lugar, lo que significa que todos los matices que confirman nuestra identidad, conquistados con dolor y esfuerzo a lo largo del tiempo, se desvanecen. Por esta razón, el acto de viajar te instala en una especie de estimulante vacío, en un estado de ingravidez en el que, aun cuando no abandones del todo la actualidad, se te dispensa de mucho. Flotas por un territorio que te es extraño..., ves, miras, ves..., aquí y allá haces un arañazo en la indestructible superficie, desapareces de nuevo, y regresas más vacío aún pero con palabras.