Frases de Augusto Roa Bastos - Página 6

01. Hubo que ametrallar a mansalva, por vías de ejemplo a los cuatreros arrodillados todavía junto a las latas vacías, chupando la sanguaza que se había formado en el atraco. "Hijo de hombre" (1960)

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02. Desde la base de apresto, los proveedores acarrean al hombro las latas por los intrincados vericuetos de la selva, a lo largo de los cuales gran parte de su contenido se derrama, se evapora o se piratea. "Hijo de hombre" (1960)

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03. Anochece. Desmoralización. Cansancio. Impotencia. Rabia. (...) Me arde en el codo el rasguñón de bala ganado durante el repliegue. Pero más me arde la sed en la garganta, en el pecho. Llaga viva por dentro. No ha llegado el agua a las líneas. Esperándola, uno escupe polvo. "Hijo de hombre" (1960)

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04. Porque el hombre, (...), tiene dos nacimientos. Uno al nacer, otro al morir... Muere pero queda vivo en los otros, si ha sido cabal con el prójimo. Y si sabe olvidarse en vida de sí mismo, la tierra come su cuerpo pero no su recuerdo... "Hijo de hombre" (1960)

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05. (...) La muerte no era asi para ella más que la contracara quieta de la vida. "Hijo de hombre" (1960)

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06. Los trabajos para levantar la fábrica estaban parados. No se podían traer las maquinarias, a causa de la gran guerra que estaba rompiendo el mundo del otro lado del mar, aunque algunos decían que ya había terminado. De modo que el silencio agrandaba las cosas y los sentimientos. "Hijo de hombre" (1960)

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07. En un plan desmesurado, desesperado como ése, sólo el factor sorpresa prometía ciertas posibilidades de éxito...Eran probabilidades muy remotas, pero no había otra alternativa para los revolucionarios. En cualquiera de los casos, la muerte para ellos era segura. "Hijo de hombre" (1960)

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08. No sabían nada, ni siquiera tal vez lo que es la esperanza. Nada más que eso: querer algo hasta olvidar todo lo demás. Seguir adelante, olvidándose de sí mismos. "Hijo de hombre" (1960)

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09. Alegría, triunfo, derrota, sexo, amor, desesperación, no eran más que eso: tramos de la marcha por un desierto sin límites. Uno caía, otro seguía adelante, dejando un surco, una huella, un rastro de sangre, sobre la vieja costra, pero entonces la feroz y elemental virginidad quedaba fecundada. "Hijo de hombre" (1960)

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10. Para el hijo de uno de los esclavos libertos (...), ésta era, acaso, la única eternidad que podía aspirar el hombre. Redimirse y sobrevivir en los demás. Puesto que estaban unidos por el infortunio, la esperanza de la redención también debía unirlos hombro con hombro. "Hijo de hombre" (1960)

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11. Siempre pedía caña, en la misma actitud de indiferencia pero no de altanería, de desesperanza quizás, pero no de orgullo. Él y su silencio. No poseía otra cosa. "Hijo de hombre" (1960)

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12. Durante las dos horas de la tarifa, nos sentamos en la cama, como dos novios tímidos, cohibidos. Hablamos de Itapé, de la escuela, de gente conocida, hermanados gradualmente en todo eso que nos unía y al mismo tiempo nos separaba. Sólo al final me preguntó si íbamos a hacer el amor. Le dije que no. (... ). Le dejé un anillo, que había heredado de mi abuelo, y salí a la calle, amargado, estéril, viejo. "Hijo de hombre" (1960)

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Alejo Carpentier

Augusto Roa Bastos

Augusto Roa Bastos
  • 13 de junio de 1917
  • Asunción, Paraguay
  • 26 de abril de 2005
  • Asunción, Paraguay

Escritor, novelista, dramaturgo, guionista, profesor, periodista y corresponsal de guerra paraguayo, autor de "El naranjal ardiente, nocturno paraguayo" (1960), "Hijo de hombre" (1960), "El baldío" (1966), "Yo el Supremo" (1974), "Lucha hasta el alba" (1979) y "El fiscal" (1993).

Sobre Augusto Roa Bastos

Augusto Roa Bastos nació en Asunción, pero su infancia transcurrió en Iturbe (Guairá), lugar donde se trasladó su familia.

De vuelta en Asunción, ingresó como pupilo al Colegio San José, pero tras estallar la guerra entre Paraguay y Bolivia (Guerra del Chaco), escapó del internado para servir como enfermero.

En 1932 comenzó a trabajar como periodista para el diario "El País", y paralelamente escribir obras de teatro y poesías.

En 1947 tuvo que exiliarse, estableciéndose en Buenos Aires (Argentina) y trabajando con empleado los primeros años.

En 1974 publicó "Yo el Supremo", libro con el que logró reconocimiento internacional y es considerado una obra cumbre de la literatura en español.

Tras el golpe de estado ocurrido en Argentina en 1976, Augusto Roa Bastos se vio forzado a exiliarse nuevamente, viajando a Toulouse (Francia) para integrarse como profesor en la Universidad de Toulouse.

En 1982 fue privado de la ciudadanía paraguaya, concediéndosele la española honoraria en 1983 y la francesa en 1987.

En 1996 regresó a Paraguay, donde escribió en el diario "Noticias" de Asunción hasta su muerte.

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