01. En Leningrado, cuando un viajero sale de la estación de Moscú y tuerce a la izquierda de la plaza que se abre delante, va a dar a la célebre avenida de Nievski, ensalzada por poetas y escritores rusos en sus obras. (...) En esa plaza, el viajero se retiene prolongadamente, extasiándose en contemplar los suntuosos edificios erigidos allí por el pueblo ruso, infatigable constructor.
02. En mis partidas había muchas maniobras y muy pocas combinaciones, demasiados reagrupamientos y escasísimos ataques o asaltos impetuosos. Me hacía falta modificar decididamente la manera de jugar. Sólo un cambio rápido y audaz de todas mis concepciones sobre el arte del ajedrez me podría ayudar a perfeccionarme. Y ante todo, me hacía falta trabajar, trabajar más y otra vez trabajar.
03. Busque las excepciones, busque las jugadas más raras en las más variadas posiciones. Naturalmente, hay posiciones en las que de ningún modo podrá encontrar una jugada excepcional, porque la posición es simple y pobre. Pero en cuanto haya el más leve vestigio de posibilidades combinatorias en el tablero, busque jugadas raras. Aparte de hacer su juego creativo e interesante, le ayudará a conseguir mejores resultados.
04. Llegamos con un sentimiento de curiosidad a la ciudad isla construida en la misma mar con los esfuerzos gigantescos del pueblo. Acudíale a uno a la memoria todo lo leído en la infancia sobre esta ciudad sin igual. Quizá lo que mayor impresión deje de Venecia sea la entrada en la ciudad: el tren corre más de tres kilómetros por un angosto dique, en medio del mar, al encuentro de los caprichosos edificios que se divisan a lo lejos.
05. (…) Llega la siguiente etapa del aprendizaje; se asimila la interrelación y la distribución armónica de los trebejos. El maestro ajedrecista siempre tiende a conseguir esa distribución precisamente; en su tablero, cada unidad de combate complementa a otra, defendiéndola, además, con frecuencia. En ese periodo ya no embisten figuras aisladas, los ataques no son incursiones casuales, sino que están preparados escrupulosamente, participan en ellos grupos enteros y, a veces, todo el ejército de trebejos.
06. La máquina podrá observar las normas más sencillas que imponen las leyes de los entables, verbigracia: tomara la figura que esté descubierta, dominará las calles libres… verificará todo eso de una forma mecánica y jugará como lo hacen los ajedrecistas principiantes. Pero jamás podrá crear una obra artística de ajedrez. Pongamos el ejemplo de la máquina traductora, que puede hacer versiones de idiomas extranjeros, más nunca podrá dar una traducción artística de valor. En el ajedrez, el caso es análogo.
07. La vida del hombre comparase desde tiempos inmemoriales con un camino. Y de la misma forma que existen caminos distintos, también suelen serlo las pautas que siguen los hombres en sus vidas. Las de uno son rectas como una calzada, limpia y luminosa, sin un solo bache ni un hoyo. Las de otros, por el contrario, son un sinfín de vericuetos, llenos de hendiduras y barrancos, cubiertos de polvo y fango. Pero tanto en los caminos de la vida de unos como en los de otros existen hitos indicadores de la distancia, que son los acontecimientos más sobresalientes.
08. De los dos mil años de existencia que cuenta el ajedrez, mil ochocientos o mil novecientos han sido años de infancia. La humanidad ha empezado a sentar las bases teóricas del mismo sólo en los últimos cien o doscientos años. Hasta entonces considerábase sólo una forma de entretenimientos, una diversión. La importancia del ajedrez ha ido creciendo al paso que aumentaba la cultura, en general. Cuando empezó a verse en él no un juego simplemente, sino algo que merecía ser objeto de un estudio más detenido, fue cuando se dio comienzo a la formación de la teoría del ajedrez.
09. Cierta vez me retuve en la escuela, después de las clases, y vi a dos alumnos de los grados superiores inclinados sobre un tablero de cuadraditos blanquinegros. Aunque el tablero era idéntico al nuestro, no había encima rodajas planas, sino figuras talladas que yo desconocía. Aquellas figuras se movían de una forma peculiar, cada una a su manera, y no sólo por las diagonales negras, sino por las sesenta y cuatro casillas del tablero. ¿Qué juego es ése? Interrogué a los escolares sin poder contener. El ajedrez, respondió uno, y el otro me lanzó una mirada desdeñosa, asombrado de mi ignorancia.
10. En cuanto mis camaradas y yo aprendimos las reglas del juego, comenzamos a entablar interminables batallas. En un principio estas no eran más que un insulso mover de los trebejos por el tablero y un impaciente "aniquilar" de piezas grandes y pequeñas. Además, no nos importaba lo en más mínimo entregar la reina a cambio de un caballo o sacrificar una torre por un simple peón, la cuestión era matar la mayor cantidad de piezas al contrincante. ¡Tomar piezas, fuera como fuera! En aquella etapa de aprendizaje se nos olvidaba el objetivo principal del juego, consistente en dar mate al rey contrario.
11. Pasado algún tiempo (cuya duración depende de la capacidad del principiante y de la seriedad con que tome el ajedrez), en el juego del ajedrecista novel comienza a aparecer cierta lógica. Este se percata paulatinamente del valor corporativo de las piezas que actúan en el tablero, se entera de que la reina, por ejemplo, vale más que una torre y un caballo juntos, y equivale a dos torres, que un caballo se equipara a tres peones, y así sucesivamente. Entonces, las jugadas del ajedrecista empiezan a adquirir un sentido determinado, pues procura acosar con sus piezas de menos valor las mayores de su rival e intentar efectuar cambios ventajosos.
12. ¿Cómo se podría llevar a cabo este entrenamiento? ¿Dónde hay una descripción de cómo entrenar y disciplinar el pensamiento de uno? No había libros al respecto, y no parecía posible conseguir cualquier otra ayuda, así que tuve que valerme de mí mismo. Elegí un método que me pareció el más racional (…). Seleccioné de libros de torneos las partidas en las que habían tenido lugar grandes complicaciones. Luego las veía sobre el tablero, pero cuando llegaba al punto crucial donde se encontraban dichas combinaciones y el mayor número de variantes posibles, dejaba de leer los comentarios. Colocaba a un lado el libro o cubría la página con una hoja de papel y me ponía la tarea de pensar larga y profundamente con el fin de analizar todas las posibles variantes.