Frases de Alain Fournier

01. Deben venir de lejos en bicicleta, ya que tenía la espalda embarrada hasta la mitad. "El gran Meaulnes" (1913)

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02. Además, yo les enseñaría a los niños a ser buenos, con una bondad que yo conozco. (...), cuando sea maestro. Les enseñaría a encontrar la felicidad que tienen tan cerca, aunque no lo parezca... "El gran Meaulnes" (1913)

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03. (...) Pero, cuando se ha vislumbrado el Paraíso, ¿Cómo contentarse con la vida de todos? Lo que para los demás es la dicha, a mí me resultaba irrisorio. Y cuando, sincera y deliberadamente, decidí un día hacer como todos, coseché remordimientos para rato... "El gran Meaulnes" (1913)

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04. Mientras pasan las horas y el día está por morir, y yo lo quisiera ya muerto, hay hombres que han cifrado en él todas sus esperanzas, todo su amor, sus últimas fuerzas. Hay hombres moribundos; otros que esperan un vencimiento y no querrían que nunca llegara mañana. Hay otros para quienes mañana asomará como un remordimiento. Otros, en cambio, se sienten fatigados, y esta noche no será nunca lo bastante larga como para proporcionarles el descanso que necesitan. Y yo, yo que he desperdiciado el día; ¿Con qué derecho me atrevo a invocar el día de mañana? "El gran Meaulnes" (1913)

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05. (...) Hallamos la escuela desierta. Por encima del polvo de un banco carcomido y el agrietado barniz de un planisferio, resbalaba un frío rayo de sol. No perseguíamos permanecer allí, frente a un libro, sufriendo nuestra desilusión; todo nos llamaba afuera, el saltar de los pájaros, junto a las ventanas, persiguiéndose de rama en rama, la huida de los demás alumnos a los jardines y al bosque, y, especialmente, el obsesivo deseo de probar cuanto antes el rumbo incompleto controlado por el titiritero, que era el último recurso de nuestra bolsa casi exhausta, la última llave del llavero que nos restaba probar. "El gran Meaulnes" (1913)

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06. Era la primera vez que hacía un viaje tan largo en bicicleta. Pero hacía mucho que Jazmín, pese a mi rodilla enferma, me había enseñado a manejarla. Si para cualquier joven la bicicleta es una máquina tan divertida, ¿Qué no sería para mí, pobre muchacho que poco antes arrastraba todavía miserablemente la pierna, bañado en sudor apenas recorría cuatro kilómetros? Lanzarse desde lo alto de las pendientes, internarse en las profundidades del paisaje; descubrir, como en un aleteo, las lejanías del sendero que se abren y florecen al acercarse; cruzar en un abrir y cerrar de ojos una aldea, llevándosela entera en una mirada...Únicamente en sueños había conocido hasta entonces una marcha tan veloz, tan fascinante. "El gran Meaulnes" (1913)

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07. Así transcurrieron semanas y meses. ¡Época pretérita! ¡Felicidad perdida! Aquella era el hada, la princesa y el amor misterioso de toda nuestra adolescencia; a mi me tocaba darle el brazo y decirle lo necesario para mitigar su pena. Mi amigo, en cambio, había huido. De esa época, de aquellas conversaciones por la tarde, una vez terminadas las clases que yo dictaba en la cuesta de Saint-Benoist-des-Chames; de esos paseos durante los cuales el único tema del cual habríamos podido hablar era el único al cual estábamos decididos a no referirnos; ¿Qué podría decirles ahora? No me queda más que el recuerdo, y aún éste semíborrado ya, de un bello rostro enjuto, de dos ojos cuyos párpados descienden lentamente al mirarme, como si ya sólo quisieran contemplar un mundo interior. "El gran Meaulnes" (1913)

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08. Las clases debían reiniciarse al día siguiente. A las siete de la mañana, ya había en el patio dos o tres niños. Vacilé largo rato antes de bajar y dejar que me vieran. Por fin aparecí, y cuando hacía girar la llave para abrir la puerta del aula enrarecida, cerrada desde dos meses atrás, ocurrió lo que tanto temía: el mayor de mis alumnos se alejó del grupo de muchachos que jugaban en la sala de recreo, para decirme que "la joven señora de los Arenales había muerto la noche anterior". Todo en mí se mezcla y confunde con este dolor. Tengo ahora la sensación de que jamás tendré ánimo para reanudar las clases. El solo cruzar el patio desierto de la escuela me produce tal fatiga, que siento como si se me fueran a quebrar las rodillas. Todo es pesadumbre, todo es amargura, porque ella ha muerto. El mundo ha quedado vacío; las vacaciones han concluido. "El gran Meaulnes" (1913)

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09. En aquella cuna descubría yo un mundo ignorado, y advertía que el corazón se me colmaba con una alegría extraña, jamás sentida. "El gran Meaulnes" (1913)

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10. Y ya me lo imaginaba, alguna noche, envolviendo a su hija en una capa y marchándose con ella en busca de nuevas aventuras. "El gran Meaulnes" (1913)

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11. Y llegó otro invierno, tan muerto como había sido vivo de extraña vida el anterior... "El gran Meaulnes" (1913)

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12. (...) Se había estado ocupando en los preparativos de la boda, pero dominado sin cesar por el deseo de seguir buscando, de volver a partir tras los pasos de su amor perdido. "El gran Meaulnes" (1913)

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Alain Fournier

Alain Fournier

Escritor, ensayista y novelista francés muerto en combata durante la Primera Guerra Mundial y cuya única novela El gran Meaulnes (Le Grand Meaulnes), se convirtió en uno de los clásicos de la literatura francesa.

Sobre Alain Fournier

Alain Fournier nació en el seno de una familia de maestros, de padre Augustin Fournier y madre Marie-Albanie Barthe, y recibió sus primeras enseñanzas de ellos.

En 1898 se traslada a la localidad de Sceaux para comenzar sus estudios secundarios en Liceo Voltaire (lycée Voltaire), y tiempo después intenta acceder sin resultados exitosos a la Escuela Normal Superior (École normale supérieure).

En junio de 1905 conoce en forma casual a Yvonne Quièvrecourt (1885-1964), mujer comprometida con un médico naval, cuyo amor imposible lo inspira para crear el personaje de Yvonne de Calais en "El gran Meaulnes".

Entre 1907 y 1908 Alain Fournier realiza el servicio militar en varios cuarteles cerca de París, llegando a ser subteniente.

En 1910 comienza a trabajar como columnista literario pala el periódico "Paris-Journal", publicando algunos poemas y ensayos de su autoría y comenzando la redacción de "El gran Meaulnes".

En 1912 comienza a trabajar como secretario de Claude Casimir-Perier, y mantiene una relación secreta con su esposa, Pauline Benda-Perier (Madame Simone).

A finales de 1913 Alain Fournier publica "El gran Meaulnes", novela que relata la historia de Augustin Meaulnes buscando su amor perdido y considerada tiempo después una de las mejores obras de la literatura francesa de los últimos siglos.

Al estallar de Primera Guerra Mundial (1914-1918), es llamado a combate y destinado a Verdún, departamento de Mosa, donde él y su batallón es ultimado al borde del bosque prusiano de Saint-Remy.

En 1991 sus restos fueron encontrados en el interior de una fosa común alemana, y trasladados al Cementerio Militar de Saint-Remy la Calonne.

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