Frases de El hombre invisible - 2

19. (...) Una fórmula, una expresión geométrica que incluía cuatro dimensiones. Los locos, los hombres vulgares, incluso algunos matemáticos vulgares, no saben nada de lo que algunas expresiones generales pueden llegar a significar para un estudiante de física molecular. En los libros, ésos que el vagabundo ha escondido, hay escritas maravillas, milagros.


20. Si gritas, te romperé la cara -dijo el hombre invisible, destapándole la boca-. Soy un hombre invisible. No es ninguna locura ni tampoco es cosa de magia. Soy realmente un hombre invisible. Necesito que me ayudes. No me gustaría hacerte daño, pero, si sigues comportándote como un palurdo, no me quedará más remedio.


21. Ya conoces lo picaresco del mundo de los científicos. Simplemente decidí no publicarlo, para no dejar que compartiera mi honor. Seguí trabajando y cada vez estaba más cerca de conseguir que mi fórmula sobre aquel experimento fuese una realidad. No se lo dije a nadie, porque quería que mis investigaciones causasen un gran efecto, una vez que se conocieran, y, de esta forma, hacerme famoso de golpe.


22. ¿Hay algo tan extraño como un animal invisible? En el mar, sí. ¡Hay miles, incluso millones! Todas las larvas, todos los seres microscópicos, las medusas. ¡En el mar hay muchas más cosas invisibles que visibles! Nunca se me había ocurrido. ¡Y también en las charcas! Todos esos pequeños seres que viven en ellas, todas las partículas transparentes, que no tienen color. ¿Pero en el aire?


23. La idea se me ocurrió de repente y con toda claridad. Estaba solo, en la paz del laboratorio, y con las luces, que brillaban en silencio. ¡Se puede hacer que un animal, una materia, sea transparente! "¡Puede ser invisible!", Me dije, dándome cuenta, rápidamente, de lo que significaba ser un albino y poseer esos conocimientos. La idea era muy tentadora. Dejé lo que estaba haciendo y me acerqué a la ventana para mirar las estrellas. "¡Puedo ser invisible!", Me repetí a mí mismo. Hacer eso significaba ir más allá de la magia. Entonces me imaginé, sin ninguna duda, claramente, lo que la invisibilidad podría significar para el hombre: el misterio, el poder, la libertad.


24. Antes de realizar aquel loco experimento, había imaginado mil ventajas; sin embargo, aquella tarde, todo era decepción. Empecé a repasar las cosas que el hombre considera deseables. Sin duda, la invisibilidad me iba a permitir conseguirlas, pero, una vez en mi poder, sería imposible disfrutarlas. La ambición... ¿De qué vale estar orgulloso de un lugar cuando no se puede aparecer por allí? ¿De qué vale el amor de una mujer, cuando ésta tiene que llamarse necesariamente Dalila? No me gusta la política, ni la sinvergonzonería de la fama, ni el deporte, ni la filantropía. ¿A qué me iba a dedicar? ¡Y para eso me había convertido en un misterio embozado, en la caricatura vendada de un hombre!


25. - Usted no entiende -comenzó a decir el forastero- ni quién soy ni qué soy, ¿Verdad? Pues voy a enseñárselo. ¡Vaya que si voy a enseñárselo! En ese momento se tapó la cara con la palma de la mano y luego la apartó. El centro de su rostro se había convertido en un agujero negro. -Tome -dijo, y dio un paso adelante extendiéndole algo a la señora Hall, que lo aceptó automáticamente, impresionada como estaba por la metamorfosis que estaba sufriendo el rostro del huésped. Después, cuando vio de lo que se trataba, retrocedió unos pasos y, dando un grito, lo soltó. Se trataba de la nariz del forastero, tan rosada y brillante, que rodó por el suelo. Después se quitó las gafas, mientras lo observaban todos los que estaban en el bar. Se quitó el sombrero y, con un gesto rápido, se desprendió del bigote y de los vendajes. Por un instante éstos se resistieron. Un escalofrío recorrió a todos los que se encontraban en el bar. - ¡Dios mío! -gritó alguien, a la vez que caían al suelo las vendas. Aquello era lo peor de lo peor. La señora Hall, horrorizada y boquiabierta, después de dar un grito por lo que estaba viendo, salió corriendo hacia la puerta de la posada. Todo el mundo en el bar echó a correr. Habían estado esperando cicatrices, una cara horriblemente desfigurada, pero ¡No había nada! Las vendas y la peluca volaron hasta el bar, obligando a un muchacho a dar un salto para poder evitarlas. Unos tropezaban contra otros al intentar bajar las escaleras. Mientras tanto, el hombre, que estaba allí de pie intentando dar una serie de explicaciones incoherentes, no era más que una figura que gesticulaba y que no tenía absolutamente nada que pudiera verse a partir del cuello del abrigo.

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