Frases del libro "Del amor y otros demonios" de Gabriel García Márquez

Del amor y otros demonios

Disfruta de estas 28 frases de "Del amor y otros demonios"... Ficción histórica cuyas frases nos hablan de una mujer, su amor prohibido y una vida marcada por los prejuicios de la sociedad, la lucha contra las convenciones sociales y los condicionamientos a la que fue obligada.

Índice

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en las frases y pensamientos de "Del amor y otros demonios", de Gabriel García Márquez son: amor imposible, realismo mágico, exorcismo, inquisición, pasión prohibida, persecución religiosa, prejuicios, represión, ficción histórica, locura.

Frases de "Del amor y otros demonios"

01. No dejes que me olvide de ti.


02. No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.


03. Ningún loco está loco si uno se conforma con sus razones.


04. La incredulidad resiste más que la fe, porque se sustenta de los sentidos.


05. Cuanto más transparente es la escritura más se ve la poesía.


06. Siempre he creído que (...) toma más en cuenta el amor que la fe.


07. Lo esencial no es que tú no creas, sino que dios siga creyendo en ti.


08. Lo único malo de ese ojo es que ve más de lo que debe.


09. El templo era un rancho de bahareque y techo de palma amarga con una cruz de palo en el caballete.


10. Los pacientes nos encomiendan sus cuerpos, pero no sus almas, y andamos como el diablo, tratando de disputárselas a Dios.


11. Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por donde me has traído... ¿Cómo sigue?


12. "Aunque no estuviera poseída por ningún demonio", dijo, "esta pobre criatura tiene aquí el ambiente más propicio para estarlo".


13. No importa lo que los médicos dicen, la rabia en los seres humanos con frecuencia es una de las trampas del enemigo.


14. Mucho del odio que ambos sentían por la niña era por lo que ella tenía del uno y del otro.


15. El aire tenía el olor a rosas de principios de mayo, y el cielo era el más diáfano del mundo.


16. Siempre había pensado que dejar de creer causaba una cicatriz imborrable en el lugar donde estuvo la fe y que impedía olvidarla.


17. Ustedes tienen una religión de la muerte que les infunde el valor y la dicha para enfrentarla... Yo no: creo que lo único esencial es estar vivo.


18. "Es una lástima, porque la incomunicación con los caballos ha retrasado a la humanidad", dijo Abrenuncio. "Si alguna vez la rompiéramos podríamos fabricar el centauro".


19. Le dijo que el amor era un sentimiento contra natura, que condenaba a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa.


20. "No se preocupe, blanca", le dijo la esclava. "Usted puede prohibirme lo que quiera, y yo le cumplo". Y concluyó: "Lo malo es que no puede prohibirme lo que pienso".


21. (...) Era consciente de su torpeza para entenderse con mujeres. Le parecían dotadas de un uso de razón intransferible para navegar sin tropiezos por entre los azares de la realidad.


22. Ella le preguntó por esos días si era verdad, como decían las canciones, que el amor lo podía todo. "Es verdad", le contestó él, "pero harás bien en no creerlo".


23. (...) De modo que había dos ciudades: una alegre y multitudinaria durante los seis meses que permanecían los galeones, y otra soñolienta en el resto del año, a la espera de que regresaran.


24. "No podemos intervenir en la rotación de la tierra", dijo Delaura. "Pero podríamos ignorarla para que no nos duela", dijo el obispo. "Más que la fe, lo que a Galileo le faltaba era corazón".


25. Su modo de ser era tan sigiloso que parecía una criatura invisible. Asustada con tan extraña condición, la madre le colgaba un cencerro en el puño para no perder su rumbo en la penumbra de la casa.


26. Creían ser felices, y tal vez lo eran, hasta que uno de los dos decía una palabra de más, o daba un paso de menos, y la noche se pudría en un pleito de vándalos que desmoralizaba los mastines.


27. La ciudad estaba sumergida en su marasmo de siglos, pero no faltó quien vislumbrara el rostro macilento, los ojos fugaces del caballero incierto con sus tafetanes de luto, cuya carroza abandonó el recinto amurallado y se dirigió a campo traviesa hacia el cerro de San Lázaro.


28. Y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serlo, y que el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella.

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