Frases de Mario Levrero - Página 2

01. Cuando llaman a la puerta de calle tengo por norma no atender. Los que me conocen saben que tienen que llamar por teléfono antes de venir a casa... Por otra parte no tengo mayor interés en conocer gente nueva, y menos gente del tipo de gente que es capaz de tocar timbre en los porteros eléctricos de gente que no conoce....

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02. Las cosas, desde luego, no sucedieron exactamente así, como las estoy contando: en rigor las cosas nunca suceden como se las cuenta, porque nunca se pueden contar como suceden ¿Cómo puedo saber yo ahora el contenido exacto de mi pensamiento aquel día? ¿Cómo puede alguien ni siquiera a los diez minutos, recordar el contenido exacto de su pensamiento, esa cosa tan errática?

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03. Pero al final todo es agua que corre, todo es pensamiento que fluye, todo es literatura que se escribe o palabras que se piensan, la Historia humana, las gotas de lluvia, todo se vuelve palabra consciente, o se pierde para siempre; aunque también se perderán las palabras. Y si todo este juego tiene al fin algún significado, eso no lo sabemos.

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04. Me pregunto si las cosas y las gentes durante los trescientos siglos de mi viaje en ferrocarril, se han detenido en el tiempo y sólo el polvo se habrá movido en la ciudad, acumulándose sobre las cosas y las gentes. Pero el tiempo parecía haber cambiado, aunque no pudiera darme cuenta en qué medida, en que dimensión.

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05. Cuando uno es joven e inexperiente, busca en los libros argumentos llamativos, lo mismo que en las películas. Con el paso del tiempo, uno va descubriendo que el argumento no tiene mayor importancia; el estilo, la forma de narrar, es todo. Así, puedo ver la misma película o leer el mismo libro innumerable veces, incluso una novela policial cuya solución conozco de memoria.

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06. Necesito hacer un esfuerzo de concentración para recordarlas, y no creo que valga la pena. No porque ellas no valieran la pena, sino que ahora no vale la pena que me esfuerce en recordarlas, porque eso no las trae a mi lado de nuevo... Ya no serán como antes, y es mejor dejar las cosas como estaban.

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07. No importa; el error está allí, en planificar. Quizá sea mejor dejarme llevar por la inspiración del momento, dejarme caer en un lugar cualquiera y esperar allí el amanecer. Lejos de París. En el otro extremo de la Tierra. En cualquier parte. Volar con los ojos cerrados y posarme, de pronto, donde el corazón lo indique.

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08. Nunca recuerdo las palabras exactas, pero suelo recordar con bastante exactitud los conceptos. Anoche, esta frase se me formuló más o menos así: "dicen que para fortalecer la voluntad hay que hacer al menos dos cosas que nos desagraden. Yo cumplo rigurosamente con esta regla: me acuesto y me levanto todos los días".

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09. Todo este pasado es también un criptograma que debo descifrar. El monólogo narcisista está funcionando a otro nivel. No debo abominar de él ni rechazarlo como patología pura, porque ahí hay muchas pistas para encontrar el camino de retorno; y no debo olvidar que donde no hay narcisismo, no hay arte posible, ni artista.

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10. Mi patrona, Santa Teresa, no me defraudó. Recurrí a ella, cuyo las moradas he conservado durante años y años junto a mis propios libros, porque en mi época más productiva me bastaba con leer unas páginas para salir disparado a escribir; tan así es que nunca pude avanzar mucho en la lectura.

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11. Tuve la tentación de transformar mi prosa caligráfica en prosa narrativa, con idea de ir fabricando una serie de textos como peldaños de una escalera que me elevara de nuevo a las añoradas alturas que había sabido frecuentar hace ya mucho tiempo.

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12. Tengo la impresión de que todo en mí se desorganiza con demasiada facilidad. Si bien es cierto que debería ser más fuerte y no dejarme arrastrar por la locura del entorno, también es cierto que estoy acostumbrado a entornos más controlados por mí.

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Mario Levrero

Mario Levrero
  • 23 de enero de 1940
  • Peñarol, Montevideo, Uruguay
  • 30 de agosto de 2004
  • Montevideo, Uruguay

Escritor, novelista, fotógrafo, editor y guionista de cómics uruguayo, autor de "París" (1979), "Todo el tiempo" (1982), "El discurso vacío" (1996), "El alma de Gardel" (1996) y "La novela luminosa" (2005).

Sobre Mario Levrero

Mario Levrero nace en Montevideo, hijo único de Mario Varlotta y Nilda Levrero, familia uruguaya de ascendencia italiana y francesa.

Entre los tres y los ocho años de edad (1943-1948) se ve obligado a guardar reposo debido al padecimiento de un soplo cardíaco.

Estudió en la escuela Haití número 8, en el barrio de Peñarol y luego en el liceo Rodó.

Entre 1959 y 1969 junto a un socio y amigo inauguró un negocio de venta de libros usados, mostrando gran habilidad para dirigirlo.

Comenzó a publicar a fines de la década de 1960, siendo las novelas "La ciudad" (1970), "París" (1979), "El lugar" (1982), "El alma de Gardel" (1996), "El discurso vacío" (1996) y su obra póstuma "La novela luminosa" (2005) las más recordadas.

Mario Levrero también publicó varios libros de relatos, entre ellos "La máquina de pensar en Gladys" (1970), textos de difícil clasificación como "Caza de conejos" (1986) e hizo incursiones en la historieta o cómic, fruto de la colaboración con el dibujante Edgardo "Lizán" Lizasoain, junto a quien creó "Santo varón" (1986) y "Los profesionales" (1987).

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