Frases de J. M. Coetzee - Página 9

01. Amor: eso que el corazón ansía dolorosamente. "Diario de un mal año" (2007)

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02. ¿Cómo puedo considerarme una víctima cuando mis sufrimientos son tan insignificantes? Sin embargo, son aún más degradantes por su insignificancia. Recuerdo mi sonrisa cuando la puerta se cerró por primera vez a mi espalda y la llave giró en la cerradura. No me parecía un gran castigo pasar de la soledad de la existencia cotidiana al aislamiento de una celda, ya que podía traer conmigo un mundo de pensamientos y recuerdos. Pero es ahora cuando empiezo a comprender lo fundamental que es la libertad. ¿Qué clase de libertad me han dejado? La libertad de comer o pasar hambre; permanecer en silencio o parlotear conmigo mismo o aporrear la puerta o gritar. Si cuando me encerraron aquí yo era el objeto de una injusticia, una injusticia insignificante, ahora no soy más que un montón de sangre, huesos y carne que se siente desgraciado. "Esperando a los bárbaros" (1980)

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03. No me ayudarán a mejorar de vida, en el sentido material ni en el sentido espiritual. ¿Y quieres saber por qué? Porque no existe esa vida mejor. Esta es la única vida posible. Y la compartimos con los animales, por cierto. (...) Ese es el ejemplo que yo trato de seguir: compartir algunos de los privilegios del ser humano con los animales. No quiero reencarnarme en una futura existencia como perro o como cerdo y tener que vivir como viven los perros o los cerdos bajo nuestro dominio. - (...) Estoy de acuerdo en que esta es la única vida que existe. En cuanto a los animales, de acuerdo: seamos amables con ellos en la medida de nuestras posibilidades, pero tampoco perdamos la debida perspectiva. Pertenecemos a un orden de la creación distinto al de los animales. No es más elevado, pero es distinto. Y si vamos a ser amables, que sea por simple generosidad, no por sentirnos culpables o por temer las represalias. "Desgracia" (1999)

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04. No es más que una secuela, se dice: una secuela de la agresión. Con el tiempo el propio organismo sabrá cómo reponerse, y yo, el espectro que lo habita, volveré a ser el mismo de siempre. Pero la verdad, y él lo sabe, no es esa, sino otra muy distinta. Sus ganas de vivir se han apagado de un soplido. Como una hoja seca a merced de un arroyo, como un bejín que se lleva la brisa, ha comenzado a flotar camino de su propio fin. Lo ve con bastante claridad, y es algo que lo colma y lo consume (esa palabra no lo dejará en paz) de desesperación. La sangre de la vida abandona su cuerpo y es reemplazada por la desesperación, una desesperación que es como el gas, inodora, incolora, insípida, carente de nutrientes. Uno la respira y las extremidades se le relajan, todo deja de importar incluso en el momento en que el acero te roce el cuello. "Desgracia" (1999)

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05. Pues yo no era, como me gustaba creer, el indulgente amante del placer opuesto al frío y severo coronel. Yo era la mentira que un Imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos; él, la verdad que un Imperio cuenta cuando corren malos vientos. Dos caras de la dominación imperial, ni más ni menos. Pero yo contemporizaba, me recreaba en esta apartada frontera, este pequeño remanso con sus polvorientos veranos y sus carreteras de albaricoques y largas siestas y su indolente guarnición y las aves acuáticas que descienden hasta la superficie deslumbrante e inmóvil del lago para desde ella reemprender el vuelo año tras año, y me decía a mí mismo, "ten paciencia, uno de estos días se irá, uno de estos días volverá la tranquilidad" (...) Así me convencía a mí mismo, tomando una de las muchas desviaciones equivocadas que he seguido en un camino aparentemente acertado pero que me ha conducido al corazón de un laberinto. "Esperando a los bárbaros" (1980)

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06. Si mi madre ha vivido aquí, seguro que lo sabré, se dijo. Cerró los ojos e intentó recrear en su imaginación las paredes de adobe y el tejado de paja de sus historias, el jardín de chumberas, los pollos que corrían hacia el pienso esparcido por la niña descalza. Y detrás de esta pequeña, en la entrada, el rostro en la sombra, buscó a una segunda mujer, la mujer que había traído a su madre al mundo. Cuando mi madre agonizaba en el hospital, pensó, cuando sabía que su final se acercaba, no era a mí a quien miraba, sino a alguien detrás de mí: a su madre o al fantasma de su madre. Para mí era una mujer, pero ella se consideraba aún una niña que llama a su madre para que la coja de la mano y la ayude. Y su propia madre, en la vida oculta que no vemos, era también una niña. Vengo de un linaje de niños interminable. "Vida y época de Michael K" (1983)

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07. -Eres un verdadero encanto -le dice-. Voy a invitarte a hacer una temeridad. -Vuelve a rozarla-. Quédate. Pasa la noche conmigo. Ella lo mira con firmeza sin apartar la taza de sus labios. - ¿Por qué? -Porque debes. - ¿Por qué debo? - ¿Por qué? Porque la belleza de una mujer no le pertenece solo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla. Él todavía tiene la mano apoyada en la mejilla de ella. Ella no se retrae, pero tampoco cede. - ¿Y si ya la compartiera? -En la voz se le nota que casi está sin aliento. Siempre es excitante ser cortejada: excitante, placentero. -Entonces, deberías compartirla más aún. Palabras suaves, lisonjeras, tan antiguas como la seducción misma. Sin embargo, en ese momento él cree en esas palabras. Ella no es dueña de sí misma. La belleza no es dueña de sí misma. -De los más bellos seres de la creación deseamos más aún -dice-, para que la belleza de la rosa jamás muera. No ha sido una buena iniciativa. La sonrisa de ella pierde su calidad juguetona y móvil. El verso pentámetro, cuya cadencia tan bien sirvió para endulzar las palabras de la serpiente, ahora solo consigue crear un efecto de extrañeza. Ha vuelto a ser el profesor, el hombre libresco, el guardián de los tesoros de la cultura. Ella deja la taza sobre la mesa. "Desgracia" (1999)

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08. Creemos que esta tierra nos pertenece, es parte de nuestro Imperio, nuestro puesto fronterizo, nuestro pueblo, nuestro mercado. Pero esas gentes, esos bárbaros, no lo ven de la misma manera. Llevamos aquí más de cien años, hemos recuperado tierra del desierto y construido regadíos y cultivado los campos y levantado hogares sólidos y erigido una muralla alrededor de nuestro pueblo, pero ellos todavía nos consideran visitantes, viajeros de paso. Entre ellos hay ancianos que recuerdan lo que sus padres les contaban de cómo era este oasis hace años: un lugar sombreado junto al lago con abundantes pastos incluso en invierno. Esto es todavía lo que dicen de él, quizá todavía lo vean así, como si no se hubiera removido un grano de tierra ni se hubiera colocado un ladrillo sobre otro. No dudan de que en cualquier momento cargaremos nuestras carretas y volveremos a cualquiera que sea el lugar de donde vinimos, que nuestras edificaciones se convertirán en hogares de ratones y lagartijas, que sus animales pastarán en los fértiles campos que cultivamos. ¿Se sonríe? ¿Quiere que le diga algo? Cada año el agua del lago se vuelve un poco más salobre. Hay una explicación muy simple -pero esto es lo de menos-. Los bárbaros lo saben. En este momento se estarán diciendo, "seamos pacientes, uno de estos días la sal arruinará sus cosechas, no podrán alimentarse, tendrán que irse". Esto es lo que piensan. Que resistirán más que nosotros. "Esperando a los bárbaros" (1980)

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J. M. Coetzee

J. M. Coetzee
  • 9 de febrero de 1940
  • Ciudad del Cabo, Occidental del Cabo, Sudáfrica

Escritor, novelista, ensayista, traductor y profesor sudafricano, autor de "Esperando a los bárbaros" (1980), "Vida y época de Michael K" (1983), "Infancia" (1997), "Las vidas de los animales" (1999), "Desgracia" (1999) y "Verano" (2009).

Sobre J. M. Coetzee

J. M. Coetzee nace en Ciudad del Cabo, donde transcurre su infancia y adolescencia y obtiene una licenciatura en matemáticas e inglés en la Universidad de dicha ciudad.

En 1960 se traslada a Londres (Inglaterra), donde trabaja un tiempo como programador informático, doctorándose en lingüística computacional en la Universidad de Texas en Austin (Estados Unidos) en 1969.

Tiempo después J. M. Coetzee da clases de Lengua y Literatura Inglesas en la Universidad Estatal de Nueva York en Búfalo (Estados Unidos).

En 1984 vuelve a Sudáfrica a ocupar una cátedra en Letras Inglesas en la Universidad de Ciudad de El Cabo, donde ejerce la docencia hasta su retiro en el año 2002.

Los libros de J. M. Coetzee, marcados por un estilo simbólico y metafórico, cuestionan el régimen del apartheid y cualquier tipo de racismo, y exploran sus negativas consecuencias en el hombre y en la sociedad.

Destacan de su bibliografía las obras "Esperando a los bárbaros" (1980), "Vida y época de Michael K" (1983), "Las vidas de los animales" (1999), "Desgracia" (1999) y "Verano" (2009).

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